Donde hay agua, hay vida. Este es uno de los
grandes patrones de la Tierra: la vida envuelve cada rincón del planeta.
Todo este capital está en peligro. Hemos sufrido cinco
grandes extinciones en los últimos 450 millones de años. La última, en la época
de los dinosaurios hace 65 millones de años, fue causada por un meteorito
gigante. Hace tan sólo unos 10.000 años, los seres humanos colonizaron
completamente el planeta por medio de la revolución agrícola. Tal vez la vida,
hace 10.000 ó 20.000 años, hubiera tenido su punto álgido de biodiversidad,
pero aparecimos nosotros, y nuestro efecto es el de otro gran meteorito. Hoy
en día, la alarmante reducción de la biodiversidad provocada por la acción
humana nos aboca al umbral de la sexta extinción.La superpoblación de humanos ha creado un cuello de botella, así lo llama Edward O. Wilson, que destruye gran parte del entorno natural y de las especies. Permitimos esta situación para poder habitar en la Tierra, aunque si todas las personas del mundo, unas 6.700 millones, quisieran vivir como nosotros necesitaríamos los recursos naturales de cuatro planetas más.
Nuestro comportamiento actual nos beneficiaba en un sentido darwiniano
cuando la humanidad estaba evolucionando, vivíamos en pequeñas tribus y nuestra
prioridad era la supervivencia y el método de colonización era expeditivo y
eficaz. Si sólo pensamos a corto plazo, nos basta con asegurar la supervivencia
de un día para otro, pero entonces sólo se contempla el futuro de la siguiente
generación en un espacio geográfico pequeño.
El resultado de esta visión estrecha es que
comentemos errores terribles en la planificación económica y en el reparto de
recursos.
El estudio de las diferentes formas de vida nos
ha permitido descubrir cómo han ido evolucionando, desde las bacterias que son
las más sencillas, hasta las más complejas. Se estima que únicamente conocemos
el 10% de los organismos vivos del planeta, y del resto, la inmensa mayoría no
son visibles a simple vista. Hay organismos que se encargan de reequilibrar los
diferentes componentes de la atmósfera, purifican el aire que respiramos,
reciclan los desechos de la naturaleza, enriquecen el suelo, polinizan los
cultivos, y producen alimentos y combustibles.
Cuantas más
especies vivan en un ecosistema, más productivo y estable será éste, y mayor
capacidad de recuperación tendrá en caso de producirse una sequía o un
incendio.
La conservación del medioambiente no tiene por qué estar
reñida con la economía. Un equipo de economistas y biólogos ha estimado el
valor del mundo natural que destruimos y es similar al producto bruto anual
mundial. Todo esto enlaza con las ideas que propugnan los impulsores de lo
conocido como Capital Natural.
Los procesos naturales que estamos destruyendo son servicios que la Tierra nos
está ofreciendo gratuitamente y que nosotros nos vemos obligados a
reemplazarlos por nuestra propia maquinaria económica, por ejemplo, tenemos que
invertir en costosos sistemas de depuración para limpiar el agua que nosotros
mismo contaminamos.
Reflexiones
procedentes del libro
Excusas para no pensar de Eduard
Punset.